Emiliano Mei tiene querencia por las historias. Este italiano de mirada lánguida y soñadora, con el brillo ígneo que sólo forja la pasión, danzando en sus pupilas, nació en Roma y estudió Derecho. Pero fue a través de su carrera de periodista gastronómico donde encontró su verdadera vocación.
“Algo en aquella época, robó mi atención y me cautivó para siempre. No era sobre la comida, ni siquiera sobre el vino en sí. Era sobre la gente”
Así explica el instante en el que cambió su vida por completo y decidió catar una nueva experiencia inscribiéndose en la Asociación de Sommeliers de Italia.
“La gente no sólo viene a beber un buen vino. Eso se da por hecho. Vienen buscando algo más, un momento de conexión, de aprendizaje. Por eso, los sommeliers tenemos algo de psicólogos también” confiesa mientras ríe divertido por la idea. “De psicólogos, de sociólogos, de vinicultores, de enólogos, de historiadores. Cada botella encierra una historia: la de las personas que han fabricado el elixir líquido que guarda en su interior. Cómo lo han cultivado, mimándolo con el tiempo, sobreponiéndose a las dificultades, cómo han logrado cada una de sus notas. Eso es lo que hace tan especial al vino, la historia de superación que le da el cuerpo y el sabor antes de que la botella se coloque en una mesa. Al final, es como las cosas más importantes de la vida, son las más especiales porque son, también, las que más cuestan”
No. Emiliano Mei, no sólo es sommelier sino que también es un contador de historias. Tanto es así que las célebres conversaciones que mantiene con los comensales en Botànic son un auténtico reclamo y muchos vienen en busca de una de estas charlas acompañadas de un buen vino.
“Lo más importante es conectar. Conectar a la persona que tienes delante con el olfato, con el gusto y sobre todo, con la historia de cada botella. Si consigues eso, intensificas las sensaciones. Y no sólo disfrutas más del vino, sino de la vida”